En mayo de este año se ofrecía en eBay un Corvette cupé de 1967 que había pertenecido al astronauta Neil Armstrong, el primer hombre en pisar la Luna. El coche no estaba en condiciones ideales, aunque era recuperable.
El Corvette estaba prácticamente igual a cuando salió de fábrica, aunque el segundo propietario, que tenía el coche desde hace cuarenta años, había añadido guardabarros acampanados. Si bien se hizo una oferta por el singular modelo superior a 250.000 dólares, por alguna razón la transacción no se materializó y el Corvette desapareció del mercado.
Al margen del valor que le confiere su procedencia histórica, el coche es uno de los modelos más deseados. Se trata del Corvette C2, equipado con un motor V8 de 6,997 cc, caja de cambios de cuatro velocidades y 390 caballos de potencia.
El propietario del Corvette, el restaurador Joe Crosby, ha decidido conservar el coche y no restaurarlo. Según sus propias palabras, “una vez que se restaura un coche, no siempre puede volver a ser como era”. Para la conservación va a contar con el especialista Eric Gill.
El primer movimiento de la nueva política de conservación ha sido buscar unas defensas más apropiadas para este modelo, cuestión en la que se han invertido seis semanas hasta lograr el objetivo. El siguiente reto es pintar el Corvette de forma que el acabado refleje los 45 años de desgaste natural de la pintura.
En general, el Corvette estaba en condiciones razonables, ya que había recorrido únicamente 38.000 millas (algo más de 61.100 km). A pesar de que el coche no se utiliza desde 1981, Crosby sólo ha tenido que reemplazar las tuberías de combustible agrietadas y quebradizas, y el aceite para poner el motor en marcha.
También se han añadido una bomba de agua con código correcto de fecha y los silenciadores para reemplazar las piezas de repuesto instaladas por el segundo propietario del Corvette. El equipo de Gill informará del proceso de conservación a través del sitio web Recapture The Past.
El fallecimiento en agosto pasado del popular astronauta ha elevado el valor de esta joya singular y, de momento, no está en venta. Cuando esté terminado es difícil calcular el precio que podría alcanzar este Corvette.
Vía | Motor Authority » Hemmings Daily
Imagen | Roger Kallins (vía Hemmings Daily)
Réplica de Lamborghini Countach hecha a mano
Me vais a permitir que le dedique unas líneas a Ken Imhoff. Es un humilde norteamericano de clase media cuya pasión por el motor y persistencia ha conseguido algo que ninguno de nosotros se atrevería a acometer. Ahora ha decidido algo que nos costará a todas luces comprender.
Ken quedó prendado del Lamborghini Countach por la película The Cannonball Run y se enamoró, antes que de su mujer. El problema es que el coche era imposible comprarlo con su sueldo, las réplicas también quedaban fuera de su alcance. Un buen día, tomó la decisión de construirse uno, pieza a pieza, en un tiempo estimado de cinco años.
Llevaba dos semanas de casado cuando empezó la obra en septiembre de 1990, comprando un componente de la transmisión de un DeTomaso Pantera. El lugar elegido fue el sótano de su casa, que tenía un problema… cuando terminase el coche, ¿cómo lo sacaría a la calle?
Empezó pues una tarea titánica. Los que hayáis visto la película de Charlton Heston El tormento y el éxtasis, que versa sobre la pintura de la cúpula de la Capilla Sixtina, sabrán de qué hablo. La guerra de un proyecto que día tras día avanza, pero muy despacio, consumiendo tiempo, salud y dinero.
El coche se terminó a mediados de 2007, pero no vio la luz del día hasta el año siguiente, cuando se hizo una obra para reventar una pared y sacar el coche en grúa. El sueño de Ken se había cumplido, tener su propio Countach, le había costado 17 años de arduo trabajo y de quitarse de tiempo de muchas cosas.
Tiene varias piezas originales de Lamborghini, aunque el motor es un Ford Cleveland Boss 351 de 514 CV. Al coche no le falta de nada y calca las dimensiones de carrocería del modelo original. Está totalmente hecho a su gusto, la lista de componentes es considerable, la tenéis en la fuente, me siento incapaz de traducir correctamente todo.
Pues bien, después de todo, el dueño se ha planteado venderlo a alguien que lo use y lo aprecie, a él le está empezando a preocupar la conservación del coche y admite que no puede. Su decisión es incomprensible pero él lo resumen en que es el final de un viaje y que desea emprender otro diferente. Olé sus carburadores.
Hay varios vídeos sobre este señor en la red, si tenéis tiempo, os recomiendo mirar más de uno. Eso sí que es pasión por el motor, los demás somos unos puñeteros aficionados a su lado. Suerte con la venta Ken, ojalá acabe en manos de alguien que sepa apreciarlo en dinero y en cariño.
Os invito a mirar la Web de Ken y mirar paso a paso cómo se gestó esta obra de arte. Tal vez, cuando seamos muy mayores, podamos entenderle. En esencia, hizo lo mismo que Ferruccio Lamborghini en su momento, hacer su propio superdeportivo.
Vía | Jalopnik
Fuente | Ken Imhoff
A la venta el Ford A de 1903
Faltaba todo un lustro para que Henry Ford sacara a la calle el primero de sus exitosos Ford T, que montados en serie de 1908 a 1927 revolucionaron para siempre el concepto de la industria. Corría 1903 cuando apareció en escena el Ford A Rear Entry Tonneau que vemos aquí, un antecesor que sólo coincide en la A con el segundo éxito de la marca del óvalo, ese que se vendió de 1927 a 1931
A diferencia del segundo Ford A, que estuvo dotado con 40 CV, y del popular Ford T, que rendía la mitad, el primer Ford A se bastaba y se sobraba con 8 CV de potencia. Por él se pagaban 850 dólares en sus años mozos, que según esta calculadora de inflaciones serían 19.380 dólares en 2007, pero no. Aquel año, la última vez que el coche cambió de manos, se pagaron 630.000 dólares por él.
Hablando de manos, en estos 109 años el Ford A sólo ha conocido cinco propietarios. Perteneció inicialmente a Herbert L. McNary, un fabricante de mantequilla de Iowa que lo tuvo en su casa hasta los años 50, cuando la familia de McNary lo vendió por 400 dólares de la época a su paisano Harry E. Burd. Burd restauró el coche y lo vendió a un distribuidor suizo de Ford en 1961.
Allí estuvo el coche hasta 2001, cuando fue comprado por alguien de forma anónima y trasladado de nuevo a los Estados Unidos. El último en hacerse con el Ford A de 1903 fue John O’Quinn, que pagó más de 740 veces el precio original del vehículo. Intentó venderlo en 2010 pero no hubo acuerdo después de que la puja más alta fuera de sólo 325.000 dólares.
Esta unidad del histórico vehículo, la número 30, se trata según certifica un montón de documentación del más antiguo superviviente de entre los coches vendidos por la Ford Motor Company, y saldrá a subasta otra vez dentro de exactamente un mes. Quizá entre los días 11 y 12 de octubre el veterano Ford A tenga un nuevo propietario.
Vía | Autoblog
Enlace | RM Auctions
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